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Vivir mejor (es) vivir bien. Algunas ideas sobre la noción de Sumak Kawsay.

Los tiempos actuales son testigos de momentos cruciales de la historia humana. Hombres y mujeres han entrado en un camino, digamos, peligroso y que amplifica las ya reconocidas angustias que son parte de la vida humana. La incertidumbre es la marca de esta época, sobre todo en momentos en que el COVID 19, un virus (ser no-vivo, pero no-muerto) ha puesto de rodillas a la gallarda humanidad del progreso y el futuro-es-ahora. Hoy, quizá, estamos más humildes, o no.             

          Este ser minúsculo (¿un no-ser?) nos ha recordado que este mundo opaco por la neblina del capitalismo neoliberal bajo la sobre-exigencia que una sociedad de rendimiento reclama en los hombres y mujeres. No contento con ser fuente de desigualdades y explotaciones entre seres humanos, el capitalismo también es generador de auto-explotación, en donde es la misma persona su propia explotadora, su propio patrón, la propia causa de su desmoronamiento físico y psíquico.             

          Esta singular característica puede guardar relación con la ideología meritocrática, la cual golpea los oídos y las existencias de los descartados de la sociedad. Hasta la hartura es posible escuchar que el trabajo personal, individual, con tintes de martirio, es la manera más eficaz de lograr un buen pasar en la vida. En pocas palabras, la idea es descrestarse el lomo hasta lo indecible, como llave a la prosperidad y abundancia.             

          Craso error, por donde se le mire. No todas y todos tienen las oportunidades de tan inveterados motivadores, además de que muchas personas se hacen pedazos cuerpo y alma trabajando para recibir un injusto y abusador céntimo. Podrán pasar años de esa dinámica y el resultado será el mismo, incluso peor: la edad es un colador que en una sociedad de descarte es importante, para mantener las líneas de rendimiento, de «crecimiento» en marcha. Las y los viejos, para el capitalismo, son un obstáculo, un estorbo.             

          Es un error, y más que ello: es una enfermedad. Nos destruye, nos deshumaniza, nos lleva a la total desvinculación con nosotros mismos, con otras y otros, tanto personas como seres vivos no humanos y la Casa Común, en general. Esta vida nos des-vive, nos absorbe y nos transforma en piezas desechables, reemplazables.             

          Es bajo esta premisa que hago un puente entre la constatación de hechos y una propuesta de buena vida para todas y todos. Hablo de puente, porque no podemos quedarnos en la rivera de un discurso desalentador. ¡No sería parte de la vida de los creyentes en Jesús estar en el desaliento! Ante el mundo y sus maquinaciones, la propuesta evangélica está para poner cara ante la ideología «realista», que acepta la realidad y la monolitiza como lo normal. Ante eso, la utopía porfiada de Jesús y el Reino proclamado.             

          Pero vamos a esta provocación: «El capitalismo carece de la narrativa de la vida buenaAbsolutiza la supervivencia. Vive de la fe inconsciente en que un aumento del capital significa una disminución de la muerte. Se acumula capital para escapar de la muerte. Nos imaginamos el capital como la capacidad de sobrevivir»[1]. 

Sobrevivir  

          Ya no se vive, bajo ningún punto de vista: se sobrevive. El disfrute, la festividad de la vida realizada no es posible. No hay alegría en el vivir. Más bien predomina el vivir-para-producir, que no es la vida, sino el ejercicio desesperado por llegar al final del día con las necesidades básicas cubiertas. Ese tráfago es imposible de persistir sin consecuencias físicas, emocionales, psicológicas, personales y comunitarias. Nos enfermamos, nos destrozamos. Vivir-para-producir es un mal-vivir. 

          Es más: no hay vida en ello, y quienes están/estamos aplastados bajo ese ritmo adoptamos, con mucha fuerza, el paradigma del virus: «La sociedad dominada por la histeria de la supervivencia es una sociedad de muertos vivientes. Somos demasiado vitales para morir, y estamos demasiados muertos para vivir. Cuando nos preocupamos exclusivamente por la supervivencia nos parecemos al virus, ese ser no muerto, que no hace más que multiplicarse, es decir, que sobrevive sin vivir realmente»[2]. 

          No se trata, obviamente, de buscar culpas en lo personal, puesto que un modelo englobante, un sistema produce que existan algunos que vean este modus non vivendi como un valor, una virtud que debe ser conculcada al resto. Los que viven en la opresión de este sistema, de forma involuntaria, o explotan o establecen esta realidad como lo normal, lo plausible, incluso lo deseable. El «esforcismo» convierte el honesto ejercicio de luchar por lo que es bueno y justo en ideología opresiva y productora de enfermedad. Esto se agrava cuando entra en la categoría de «cosas por las que esforzarse» derechos inalienables de la persona, como la vivienda, el salario justo, la no discriminación, la educación, la salud, entre otras realidades. 

          El agotamiento de tantas y tantos que deben lidiar con horas dentro del transporte público, malas condiciones laborales, sobreexplotación y autoexplotación disfrazado de «esfuerzo» es el veneno que, a la manera del virus, roba nuestra profunda intimidad, nuestro fuero, para transformarnos en servidores de modelo. Esclavos que, en muchas ocasiones, aman con fervor sus propias cadenas consumidoras de la vida. 

La vida misma sobreviviendo             

     La crisis de sobrevivencia – más bien la «cultura de sobrevivencia» - que ha forjado la manera de ser de las sociedades desarrolladas (y que ha impregnado en diversos grados en las comunidades del Tercer Mundo) tiene un correlato en la crisis ecológica que asola nuestro planeta. Hoy, como nunca, hemos estado en una situación tal de potencial irreversibilidad en cuanto permanencia de la vida en nuestro planeta. 

          El ser humano y todo lo vivo, además de lo no-vivo que sostiene la existencia de lo vivo, puede desaparecer, y así será de no mediar algún cambio radical. Entramos, en palabras de Xabier Pikaza, en un verdadero suicidio cósmico: «hemos penetrado en algunos secretos del pensamiento del cosmos, pero no para decir “hágase” y aumentar la belleza y potencia de sus diversos elementos (como leemos en Gn 1), sino para imponer un criterio utilitario, instrumental, sobre el conjunto de la realidad»[3]. Del respeto admirado hacia el cosmos pasamos al esquizofrénico y psicopático destruir, consumir hasta lo indecible, sin importar nada. Es una lucha de poderes entre un ser humano subsumido en un ultraantropocentrismo, un fundamentalismo de lo-humano, impregnado de consumo, de un rendimiento que produce agotamiento y que nos destruye a todos los seres vivos. 

          En este sentido, la sentida advertencia de Xabier Pikaza es elocuente: «No podemos saber si habrá un día después, si la vida en este planeta podría empezar un nuevo ciclo, hasta llegar otra vez al pensamiento (es decir, a la conciencia). Pero nuestra historia concreta habrá terminado»[4]. 

     Es implacable el diagnóstico actual, pero tiene un elemento positivo: es un diagnóstico que permite pensar en una reversibilidad de esta situación angustiante y destructiva para el planeta completo. El tiempo se agota, el momento del desastre se hace cada vez más cercano y así lo han determinado varios informes al respecto. Sin embargo, es imperioso dejar en claro que, para normalizar la situación[5], para que la catástrofe se aleje, debemos cambiar el paradigma de vida, asumir otros modelos o, más ampliamente, otros sentidos del cómo-vivir. Porque existir se trata de vivir, no de sobrevivir, de estar diariamente en la angustia de poder cubrir las necesidades más básicas. En ese plano, es importante escuchar las diversas propuestas al respecto; aunque, en el trasfondo de estas reflexiones, quiero hablar de una manera de vivir que nace desde nuestro continente americano, desde las sabidurías de quienes han habitado este inmenso territorio desde hace miles de años. Ellos han sabido conjugar de manera radical la vida vivida en comunidad, a tal punto que han descubierto un tejido de existencias que unen a hombre y mujeres, seres vivos y no vivos, el cual, en actitud de gratitud y cuidado, buscan mantener bien unido. 

Buen vivir             

          Con honestidad, podemos asumir que esa insana manera de existir es la que se ha propuesto como virtud, ya lo hemos dicho. Tiene, además, la impronta de un occidente moribundo, más empeñado en la acumulación desesperada de capital que en la vida de cada hombre y mujer. Ante ese panorama desalentador, es bastante recurrente escuchar los anhelos de una restauración a momentos gloriosos del mismo Occidente europeo. Sin embargo, como suele suceder al trajín cultural, muchas veces los grandes portentos coloniales que oprimen a las culturas deben morir, para dar espacios a nuevas maneras de ver y pensar la realidad. Occidente está muriendo, y como buenas y buenos cristianos debemos darle la unción de los enfermos, y verificar su muerte, para darle digna sepultura. 

          Los principios desarrollistas (tanto los neoliberales como los modelos de capitalismo socialdemócratas), en tanto expresiones de colonialismo cultural, han desembocado en una crisis que, más que por la causa de una mala aplicación de las nociones del progreso y el crecimiento en la economía, es su más evidente sello de garantía. Se hace bastante claro, a la luz de los actuales acontecimientos, que la mentalidad económica basada en el desarrollo está haciendo agua, no produciendo la soñada nueva realidad de vida mejorada; más bien décadas de desarrollismo no han cumplido su promesa y, para mayor desgracia no lo harán[6]. Esto, sin contar con el desastre no sólo humano, sino también medioambiental. Ya lo habíamos mencionado al citar a Xabier Pikaza, estamos en un camino mortal, rumbo a un suicidio cósmico, un suicidio colectivo[7] que afecta, sobre todo a las periferias descartadas, a las y los arrinconados, las y los pobres/empobrecidos de América Latina y de todo el tercer mundo. 

          Ante tan magro panorama, surge la éticamente angustiosa duda del qué hacer ante esta calamidad que ya está en las espaldas de todas y todos, pesando con más dureza en las espaldas de las y los empobrecidos. La verdad es que, además de un esfuerzo que permita decolonizar la mentalidad y la práctica de rendimiento, tan acertadamente descrita y denunciada en la reflexión de la talla de Byung-Chul Han, Enrique Dussel, Zygmunt Bauman, entre otras y otros, debemos ir a las fuentes que poseemos, mirando desde nuestra realidad de pueblos latinoamericanos.             

          En este punto, las fuentes con las que contamos son variadas, pero una en especial nos puede iluminar para lograr superar este momento y proceso de una sobrevivencia: el saber, la sabiduría de los pueblos originarios de nuestra América Latina, espacios de pensamiento que no quedan en la elucubración estéril, sino que se vuelven precisamente sabiduría, es decir, son saberes que adquieren vida en cuanto prácticas concretas y experiencias compartidas como pueblo.

          En las sabidurías de los pueblos originarios de América Latina se repite un concepto que, con matices y las palabras propias de los diversos idiomas hablados, indica la misma idea: sumak kawsay, proveniente del idioma kechwa[8]. Según Carlos Viteri, «es buen vivir o vida armónica [...] aquello que los sarayakuruna conciben como el sentido de la vida. Es un concepto formado por dos palabras: súmak, que significa, lo bueno, lo bello, lo armónico, lo perfecto, lo ideal y káusai, que significa, vida, existencia [...] alude a una condición ideal de existencia sin carencias o crisis [...] a una práctica social orientada para evitar caer justamente en condiciones aberrantes de existencia»[9]. 

          La vida, en este paradigma, es posible. La sumak kawsay ha sido la práctica vital de los pueblos de nuestra América desde tiempos remotos. No sólo es posible: se hace necesario vivir de esa manera. ¿Por qué? Someramente se puede decir lo siguiente: 


  • Sumak kawsay implica la comunión entre los seres humanos. Es la abolición de una lógica de rendimiento que aísla a las personas y las vuelve zombies de eficiencia productiva, sin una vida digna, por acción externa de quienes ejercen la opresión como de la misma opresión interna asimilada en base a la nebulosa neoliberal que nos enceguece unas/os a otras/os. Es la lógica, dentro del mundo andino, del ayllu[10].
  •  Es también un rescate de la misma persona, en su interioridad espiritual y material, puesto que esta misma termina consumiéndose en la lógica mercantil, destruyendo su vida, su salud, sus fuerzas psíquicas y su capacidad de relacionarse con las y los demás. Es un reencuentro con su vitalidad, con sus capacidades, con su praxis y su descanso. 
  • Es el encuentro en comunión, en amistad, con los demás seres vivos no humanos, ya sean animales o plantas; incluso, también cuentan los seres no definidos por la biología como vivos, como el suelo, el cielo, el agua, los fenómenos naturales tanto en nuestro planeta como en el universo.

          Es posible afirmar, a partir de ello que «el Suma Qamaña[11] se logra alcanzando ciertas condiciones personales, pero a la vez, éstas sólo son posibles si estamos insertos en una comunidad social y ecológica»[12]Nadie está sola o solo, nuestra única forma de afirmarnos como seres humanos es a partir de tomar en serio al Otra/o, sentir su llamada, su revelación dialógica. Esta revelación es la que nace desde el ser humano, la naturaleza entera, el universo más allá de nuestras posibilidades de asirlo, de cosificarlo.  

          El vivir mejor es siempre vivir en comparación a alguien o a algo. En este tiempo tiene un cariz más de competitividad, es decir, de rivalizar y superar a los demás. Pero esto nos está matando, nos está fundiendo. Burnout es el concepto que acertadamente Han usa para explicar esta debacle. Es un burnout individual, pero también social: es un asesinato y suicidio al mismo tiempo. 

          Lo único que queda es cambiar la mentalidad, cambiar la manera de entender las cosas, las relaciones, la economía; en el fondo, comprender que si hay que vivir «mejor» no es a costa de las y los demás. Para vivir «mejor» hay que vivir bien, encaminar los pasos a un vivir-bien-y-bien-vivir. No se trata, por lo demás, de seguir un manual, un estudio desde la antropología o un catecismo de verdades dadas por hecho. No es la lógica de los pueblos originarios (más tiene que ver con la lógica occidental del control y la jerarquización). Es una propuesta en construcción permanente, es una concepción que parte de la idea de que existe una diversidad cultural, una pluralidad que se enriquece permanentemente en la convivencia cotidiana y que encuentra su armonía precisamente en el reconocimiento de esas diferentes formas de vivir. 

             Sentipensar y vivir el Buen-Vivir implica «la búsqueda de una vida en fraternidad y cooperación del ser humano consigo mismo, con sus pares y con el conjunto de los seres que habitan en la naturaleza, todos formando parte de una entidad indisoluble e interdependiente, cuya existencia se delimita a partir de los otros. Tal visión no implica por cierto desconocer que en las sociedades coexisten las diferencias sociales, los conflictos y las desavenencias entre sus miembros. Lo que el Buen Vivir plantea es que se puedan superar estos obstáculos y desacuerdos en torno a una consciencia y un compromiso colectivo que permita cimentar una vida más plena y sustentable para todos»[13]. 

          El buen-vivir es un planteamiento revolucionario, mirando a las raíces o, en lenguaje teológico, a las fuentes. No es una invención o una escapatoria primitivista, tan egoísta como la nebulosa neoliberal que dificulta el mirar-nos. Es una urgencia si queremos seguir viviendo como seres humanos ligados al cosmos, lo natural, desde visiones productivas, culturales, espirituales y humanas adecuadas y saludables para todas, todos y todo. La tarea debe comenzar ya. Es un grito, un «heme aquí» (Lévinas) de un todo que clama una existencia más armónica, compasiva, en hermandad y amor real. En este sentido, el Buen Vivir nace desde los márgenes a los cuales las primeras naciones y primeros pueblos de Abya-Yala fueron empujadas por el colonialismo cultural del occidente europeo - llámese conquista, modernidad o desarrollo -, desde quienes fueron dejados al margen por «paganos», «incivilizados», «inferiores» y otros epítetos. En ese sentido, el valor del sumak kawsay viene del ser una propuesta que nace desde abajo y desde adentro, desde las periferias, desde los históricamente marginados[14]. 

          Vivir mejor debe ser siempre un vivir-bien, sin competencias y actitudes (auto)destructivas. En el fondo, vivir-bien es vivir de verdad. Es vivir.  


[1]           B. HAN, La sociedad paliativa, Herder, Barcelona 2021, 32   

[2]           B. HAN, La…, 32-33.   

[3]           X. PIKAZA, El camino de la paz. Una visión cristiana, Khaf, Madrid 2010, 233    

[4]           X. PIKAZA, El camino…, 233   

[5]           Es decir, que el calentamiento climático tenga los visos de normalidad que le son propias, o sea, por espacio de siglos; no como actualmente, que se verifica en lapsos de décadas o, más dramáticamente, lustros.   

[6]           Cf. A. ACOSTA, “El Buen Vivir, más allá del desarrollo”, en G. C. DELGADO, Buena Vida, Buen Vivir: Imaginarios alternativos para el bien común de la humanidad, UNAM – Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en ciencias y Humanidades, Ciudad de México 2014, 31   

[7]           «Basta ver los efectos del mayor recalentamiento de la atmósfera o del deterioro de la capa de ozono, de la pérdida de fuentes de agua dulce, de la erosión de la biodiversidad agrícola y silvestre, de la degradación de suelos o de la acelerada desaparición de espacios de vida de las comunidades locales... Por lo tanto, tiene razón Eduardo Gudynas cuando concluye que no tiene futuro la acumulación material mecanicista e interminable de bienes, apoltronada en el aprovechamiento indiscriminado y creciente de la Naturaleza». A. ACOSTA, “El Buen…, 31. Viene de Perogrullo mencionar, además, el tema del efecto invernadero y el calentamiento global, el cual está produciendo situaciones extremas a nivel global en materia de fenómenos climáticos.   

[8]           Como señala Alberto Acosta, «Existen nociones similares en otros pueblos indígenas, como los mapuche (Chile), los guaraníes de Bolivia y Paraguay, los kuna (Panamá), los achuar (Amazonia ecuatoriana), pero también en la tradición maya (Guatemala) y en Chiapas (México), entre otros». A. ACOSTA, “El Buen…, 40. Cabe especificar que en el mundo mapuche se habla del küme mogen, que sería equivalente al sumak kawsay andino.   

[9]           Citado en M. TORRES-SOLÍS, B. RAMÍREZ-VALVERDE, “Buen vivir y vivir bien: alternativas al desarrollo en Latinoamérica”. Latinoamérica 69 (2019), versión electrónica: http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-85742019000200071 , consultado el 05/10/2021. 

[10]         M. TORRES-SOLÍS, B. RAMÍREZ-VALVERDE, “Buen…   

[11]         Equivalente en aymara del simuk kawsay.   [12]         M. TORRES-SOLÍS, B. RAMÍREZ-VALVERDE, “Buen…   

[13]         F. DE LA CUADRA, “Buen Vivir: ¿Una auténtica alternativa post-capitalista?, Polis 14/40 (2015). Versión electrónica: https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-65682015000100001 , consultado: 05/10/2021. 

[14]         Cf. A. ACOSTA, “El Buen…, 38-40   


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