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Multiculturalidad y Sentido Religioso, Expresiones de Humanidad

                  Lo múltiple y multicolor de las relaciones humanas es una característica incuestionable de esta época. También está fuera de toda duda la escalada discriminatoria que se observa en nuestras sociedades. Llega a ser verdaderamente esquizofrénica la batahola de argumentos (si se les puede llamar argumentos, puesto que argumentar es un ejercicio de la razón, mientras que las respuestas de ciertos grupos sociales más bien funcionan en torno a sentimientos de miedo, de terror) en favor de limitar o impedir el paso de personas de distintas etnias, lenguas y culturas por las fronteras del país. Es más: algunos grupos insisten y teorizan (insisto, no veo el razonamiento ante tanta actitud discriminatoria) en la amenaza de lo que se ha llamado multiculturalismo, y buscan encontrar en un nacionalismo exclusivista y en una defensa cultural cerrada, con buenas dosis de purismo, xenofobia y racismo, el antídoto ante la amenaza de «los de afuera», vengan de donde vengan.

Aparte de lo triste de escuchar los justificativos irracionales de personas que, amparados en la frase cliché «No soy racista, pero… + Argumentos racistas», lo fundamental, para iniciar y causar dolor en tanto espíritu nacional-purista, es que el fenómeno multicultural está para quedarse. Incluso en el más discriminador se produce un hecho que es incuestionable: el «yo» nativo percibe de manera radical que sus construcciones culturales y valóricas no son únicas, y que este mismo fenómeno es fuente de conflicto, producto de la tendencia antihumanista de determinar verdaderas «dualidades jerarquizadas»[1]. 

Esta insoslayable realidad manifiesta tal evidencia que exige una manifestación personal y que toma en cuenta una cuestión de nivel ético. No es un hecho del cual se pueda optar y establecer cierta distancia (menos rechazarla). Es algo presente, incomoda y genera reacciones de rechazo; por ende, es un factum inevitable[2].

La problemática, entonces, va por la manera en que se debe entrar en un aprendizaje más ligado a lo «multicultural», en donde se parta de lo más evidente, que es el hecho de ser personas, seres humanos que en tanta diferencia compartimos la misma naturaleza, sin ser mejores unos a otros por tener la piel de un determinado color, o hablar una lengua de tal o cual complejidad. Y el mensaje de Jesús de Nazaret no admite ningún tipo de discriminación al respecto, ni siquiera en cuanto a las opciones espirituales de cada sitio, de cada estrato cultural. La multiculturalidad debe ser considerada un espacio de respeto, de aprendizaje y de nuevas experiencias en todo plano, incluidas las religiosas, y buscar de esta nueva manera de ver las cosas las conexiones necesarias del Evangelio y de la manera más adecuada de entregar el mensaje del Nazareno.


Comunidad de diversidad

                  Ya se mencionó anteriormente que existe un hecho/Factum inevitable: la expresión genuinamente cristiana ve al extranjero como un hermano, y no se da espacio en el corazón de lo cristiano a toda forma de discriminación. Ésta actitud fuera de toda humanidad y conexión con el mensaje de Jesús debe ser superada desde su raíz, pues nadie queda fuera del amor de Dios (cf. Gal 3, 28)[3].

La fe en Jesús, pues, implica una conformación a una nueva comunidad de vida, donde se respeta las diferencias entre unos y otros y en donde todas y todos tienen derecho a la «patria», pero no entendida en clave nacionalista, sino en el sentido del hogar, pues la comunidad eclesial es el espacio-hogar de los hermanos[4]. Toda forma de guettismo, de paternalismo[5] y otras maneras de exclusión y discriminación. El «vengan a mí…» de Jesús (cf. Mt 11, 28) es extensivo a todo ser humano, sin importar ninguna diferencia.


Discriminación, espacio de dysangelion y deshumanización

                  Es importante recalcarlo: la posibilidad de la discriminación por intentar convertir una forma de expresión religiosa en la «oficial», «la única verdadera», como si fuera una especie de bandera inseparable de la cultura dominante, existe y ha existido, sobre todo en el fenómeno específico de la Evangelización. En ese espacio, la inculturación no era posible, no estaba dentro de los planes de quienes llevaban el mensaje cristiano en épocas medianamente pasadas. Es incuestionable que, junto con las determinadas ideas y expresiones decantadas en las diversas tradiciones cristianas estaba también el deseo «civilizador», o sea, de imponer un determinado horizonte cultural a los lugares de misión. Todo esto, bajo el estandarte funesto del «progreso», ya sea material o espiritual, que implicaba pasar la aplanadora de tradiciones centenarias o milenarias.

No es menor que, por ese afán que aún tiene manifestaciones hoy, se viva un proceso de inhabilitación de humanidad, concepto que toma el sociólogo Zygmunt Bauman a partir de la reflexión filosófica de Emmanuel Lévinas[6].

¿Cómo se explica esta inhabilitación de humanidad? El Otro (detonante de mi impulso ético), cuando se pone como problema de seguridad sufre un «borrado del rostro», es decir se inhabilita. Es un acto de absoluta deshumanización, por cuanto al ser eliminado el rostro interpelante, es expulsado del universo donde rigen las relaciones morales. Así, invocando «medidas de seguridad», se invita al ejercicio de la violencia con total naturalidad y sin esfuerzo. 

Esta inhabilidad no se «inhabilita» en el espacio religioso. Las pastorales, cuando asumen ciertas opciones de discriminación como naturales, tienen el poder suficiente para ejercer ese «borrado de rostro» y convertir la discriminación y la conquista cultural con ropajes de evangelización en un ejercicio fácil y rápido, donde lo Otro pasa de ser una persona, un sujeto, a ser objeto/objetivo, el fin de un vector de violencia avalado por los patrones más profundos y últimos del ser humano, esto es, su dimensión espiritual.

Por lo tanto, toda pastoral y toda teología debe “vacunarse” de asumir posturas contrarias a la persona y praxis de Jesús, que no rechazaba a quienes eran distintos y rechazados por el status quo religioso y social. Esa posibilidad – la discriminación dentro de ciertas comunidades religiosas y cristianas – es plausible, y es preocupante constatarlo[7].

  

¿Qué es inculturar, entonces?

                  Parece ser un problema de muchos estratos, pues la definición misma de «inculturar» es poco clara, pues hay que tomar en cuenta hasta qué punto se permanece unido a determinadas tradiciones culturales. Es por ello que este problema entra en lo netamente cultural, y algo de eso se había anticipado anteriormente. El anuncio del mensaje de Jesús tomó, anteriormente, otros significados y praxis, bastante lejos de lo que hoy se define (o intenta definirse) como inculturación del Evangelio.

Dice Collet al respecto: «En la conciencia de conocer la verdadera condición humana y creyéndose en la plena posesión de la verdad, las Iglesias y teólogos occidentales no vacilaron en aniquilar de forma violenta otras culturas, ni en satanizar sistemas de religión extranjeros»[8]. No es algo que no se haya constatado, es un hecho y varias veces se ha tocado el tema, aún con dolor y crispación, entre tantos autores e intelectuales.

Pero hay que tener la franqueza de cuestionarse este asunto. No existe la evangelización pura, y el choque con otras realidades religiosas es una posibilidad, como también está la tentación de juzgar toda manifestación tradicional religiosa en nombre de la «superioridad intelectual y moral» del cristianismo/cristiandad. Entonces, las preguntas que deben aparecer son necesarias para realizar este ejercicio. De este modo, ¿qué tanto de nuestros acervos culturales terminan traspasando el mensaje del Evangelio que se anuncia a otros planos culturales? ¿Cuánto del sustrato cultural puede terminar asociándose al Evangelio? ¿Se puede acudir al diálogo como herramienta o, bajo un disfraz espiritual, hay que seguir la senda de militantes cristianos que aplastan sin más milenios de sabiduría, aduciendo juicios valorativos del orden de considerar «paganos», «impíos» o cuanto concepto haya surgido para rebajar la vida de tantos pueblos? 

 

Culturas, espacios de in- y des-culturación

                  Se llega a un punto central de esta reflexión, pues entramos en la unidad más genuina entre dos temas que parecen no tener un punto de contacto. La acción evangelizadora se pone en cuestión, mediante el elemento de la inculturación de un mensaje en medio de tradiciones religiosas legítimas, pues se trata de la vivencia de seres humanos concretos, y no existe nada más humano que la búsqueda de lo radicalmente trascendente.

Entonces, ¿qué podemos decir al respecto? La inculturación del Evangelio «comienza allí donde personas de diversas tradiciones culturales se entregan con su vida limitada a la promesa del Evangelio, se fían de él y comienzan a vivirlo comunitariamente para otros, abriéndose a las exigencias del evangelio y tratando de ser consecuentes con él en su vida cotidiana»[9]. Así y todo, el problema permanece, no es algo nuevo, aunque la definición es una ayuda sustancial.

Esta inculturación tiene, no obstante, un «precio», que tiene que ver mucho con el respeto entre culturas, y es una forma bastante especial de enfrentar y vencer toda forma de discriminación por (supuesta) superioridad de la cultura evangelizadora y evangelizada: «Quien acepte el evangelio no escapará de tener que abandonar algo que parece ser evidente de la cultura a la que pertenece hasta ahora (cf. Mt 10, 39)»[10]. Eso es lo que se denomina desculturación, aunque es más preciso hablar de un desculturar para inculturar.

Pero ahora vienen las dudas, pues se ha hecho un esfuerzo para demostrar el valor de cada cultura y el rechazo a aquello que va en contra de la dignidad de esta y de los seres humanos que hay en ellas. Pero es importante desviar el asunto a esta pregunta clave: ¿qué es lo que hay que desculturar? Mi impresión va en ese sentido, como una forma de responder a este problema y dar coherencia a toda esta reflexión.

Desculturación no es, definitivamente, el aplastamiento de una cultura por otra, en pos de algún valor, mensaje o idea. No se trata de la eliminación de discursos, praxis, sabidurías y visiones de mundo, con el fin de imponer otras. De hecho, desculturar para inculturar es un modo que invita al respeto a la dimensión religiosa humana, a aquellas vivencias personales y comunitarias previas. Si hay que reemplazar algo, se debe realizar bajo criterios mayores y que escapan a las culturas mismas, como lo son, la experiencia o el kairós de aquello que puede hacer mejor lo que ya está presente en el movimiento histórico. Contextualizando en ese sentido, cito a Xabier Pikaza, quien expresa con mucha claridad lo siguiente: «La historia es tradición o transmisión de posibilidades de experiencia. Por un lado, toda cultura tiende a fijarse, absolutizando un modelo de acceso a la realidad. Pero, al mismo tiempo, ella proyecta y busca algo nuevo: el ser humano nunca se detiene, sigue buscando, proyectando caminos, tanteando posibilidades, de tal forma que ningún modelo cultural puede convertirse en normativo. Este camino de fijaciones y tanteos, nuevas fijaciones y tanteos nuevos, determinan su realidad como historia»[11]. 

En este plano es preciso la conversión/metanoia cultural que, se insiste, no es el reemplazo de una visión de mundo por otro. Según Collet, esta conversión es una «renuncia radical a la sabiondez y a la autoafirmación que tiene la mirada puesta sólo en sí y en la reproducción de lo que ha sido su propia identidad hasta el momento presente, sin solidaridad con los otros»[12].

Pues lo central de todo es, sin duda, el regreso hacia el Otro y abandonar el ensimismamiento (lo selfish de la actual cultura neoliberal) que crea desunión, egoísmos y falta de seguridades, que son semilla para el odio y la esclavitud, para el pisoteo indiscriminado en nombre del «progreso», de la «civilización (occidental)», de la «cristiandad», de la «Jihad (como guerra real fratricida, a la manera de la Cruzada medieval)» y otros horizontes culturales que han querido imponerse bajo discursos filosóficos, religiosos o económicos sobre los pueblos de las periferias de los centros de poder. 

Ese encuentro con el Otro (que, perfectamente, puede transformarse en Nos-Otros[13]) es un encuentro que llama y exige la solidaridad, en cuanto que cada persona no sólo es capaz del mensaje liberador del Evangelio (capax Dei), que puede vivirlo sin abandonar su Sitz im Leben, haciendo de su anuncio como parte en propiedad de la comunidad cultural y espiritual; es importante, además, que por el sólo hecho de ser humano (es decir, un Otro que comparte en mi/nuestro espacio social, ecológico, mundial) lo sitúa como criatura capaz de comunión. Esto es, sin duda, clave.

Sólo por la comunión podemos tener ese espacio interior de búsqueda de lo que va más allá de lo inmanente, sólo por la comunión podemos encontrarnos con múltiples respuestas a este dilema tan fundamental por ser tan humano, por la comunión podemos tener relación y encontrarnos con Jesús. Y es por esta comunión tan propia de los seguidores del Nazareno que podemos (y tenemos, como llamado y como metanoia) ver el tesoro espiritual de tantas personas y culturas, con las cuales dialogar y expresar, desde nuestra propia riqueza de la fe, nuestra admiración y la búsqueda de valores profundamente humanos y, por lo cierto, universales. 

 

A modo de conclusión: «Praeterita obliviscientes» (NA 3)

                  Este escrito no pretende poner fin a este intrincado problema, pues será un largo caminar el que determine cuáles serán los pasos a seguir. En nuestra perspectiva de creyentes cristianos, nuestra llamada es al respeto y a la comprensión mutua con las culturas, a entregar lo genuinamente cristiano con el mismo espíritu de Jesús (es decir, la certeza que el Reino está ya presente, lo que implica la apertura en presente de la esperanza histórica y viniente, militante en favor de los últimos y que se hará plena, la del Hijo de Dios, Mesías/Cristo nacido en el Espíritu y en la carne…). Y ese respeto y admiración toca las raíces más profundas de las diversas espiritualidades, nacidas en los contextos culturales como camino de encuentro con lo Absoluto, con el Sentido máximo, con la respuesta que nos coloca en un silencio ante la revelación (Wittgestein), con la respuesta que puede ser atrevida, pero es el inicio de la plenitud del ser humano como Otro.

Seguiré tratando el tema, pero, para concluir, dejo el llamado del concilio Vaticano II para que, en este mundo globalizado y que se enfrenta a la contradicción del diálogo cultural enriquecedor, versus los nacionalismos egoístas, enfermos y llenos de xenofobia y racismo, la voz de Dios que ve lo verdadero y bueno de cada cultura y tradición religiosa (NA 2) se transforme en esperanza de un mundo más lleno de amor y paz activa y esperanzada.e amor y paz activa y esperanzada. El compartir ideas y experiencias vitales con todas las culturas con las que nos encontramos diariamente es un acicate y una exigencia propia de los cristianos de todo el mundo y de este país, que empieza a conocer el fenómeno migratorio. 

Como enseña Nostra Aetate en el número 5: «No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios. la relación del hombre para con Dios Padre y con los demás hombres sus hermanos están de tal forma unidas que, como dice la Escritura: "el que no ama, no ha conocido a Dios" (1 Jn 4,8). Así se elimina el fundamento de toda teoría o práctica que introduce discriminación entre los hombres y entre los pueblos, en lo que toca a la dignidad humana y a los derechos que de ella dimanan».

Si desde las comunidades cristianas ha habido un contagio con elementos discriminadores en lo cultural, es la oportunidad de asumir la conversión y, como sostiene NA 3, «olvidando lo pasado (= praeterita obliviscientes), procuren sinceramente una mutua comprensión, defiendan y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y libertad para todos los hombres»[14].


[1] Cf. McFague, S., Modelos de Dios. Teología para una era ecológica y nuclear, Sal Terrae, Santander 1994, pp 122-123. 

[2] Colet, G., “¿Del vandalismo teológico al romanticismo teológico? Cuestiones de una identidad cultural del Cristianismo, en Concilium (251) Febrero 1994, p 45. Me baso en muchas de sus reflexiones para desarrollar el tema central a abordar.

[3] Cf. Colet, G., “¿Del vandalismo…, p 47.

[4] Es decir, la Iglesia es espacio de lo político, de la comunión entre diversas personas que viven en fraternidad, en humanidad nueva.

[5] ¿Podríamos decir, entonces, que el clericalismo es una manera de discriminar, debido a las posiciones jerárquicas? Además de lo evidentemente autoritario, es también recurrente el lenguaje y la actitud paternalista, algo que también, con una capa de ternura, inferioriza a los demás miembros de la comunidad.

[6] Cf. Bauman, Z., Daños Colaterales. Desigualdades sociales en la era Global, Fondo de Cultura Económica, Buenos aires 2012, pp 83-85.

[7] Cf. Colet, G., “¿Del vandalismo…, p 49.   

[8] Cf. Colet, G., “¿Del vandalismo…, p 51. La eliminación del otro, como amenaza a quien se le ha arrancado el rostro para trasformar la violencia en amoralidad tranquilizadora de la conciencia, es la violencia que se ha ejercido por siglos en el continente americano. El proceso evangelizador y «civilizador» del europeo no fue, precisamente, un proceso de diálogo y compartición, sino el proceso por el cual el europeo, bajo los estandartes del «verdaderismo» y la conquista territorial, además de amparado por cierta teología absolutista, inició y propagó la eliminación de pueblos enteros y sus imaginarios. Esto es insoslayable, aunque existan constantes intentos, sobre todo del mundo intelectual conservador hispano, de bajar el perfil bajo la moda de las «leyendas» (negra, rosa, etc.) a este respecto, señala Dussel: «Cuando la exposición del oprimido es reprimida, se impone violentamente la totalidad semiótica como dominación ideológica, como tautología fratricida, uxoricida, filicida. Cuando el europeo alienó la palabra del indio americano por la conquista del siglo XVI, las culturas del África y el Asia por la colonización del siglo XIX, la semiótica inglesa, francesa, española... destruyeron la palabra azteca, inca, de Ghana, la India, la China, los califatos tradicionales». En Dussel, E., Filosofía de la Liberación, Fondo de Cultura Económica, México D.F. 2011, p 191.

[9] Colet, G., “¿Del vandalismo…, p 55.

[10] Ibíd. 

[11] Pikaza, X., El Fenómeno Religioso. Curso fundamental de religión, Trotta, Madrid 1999, p 34. 

[12] Collet., “Del vandalismo…, p 56; el subrayado es mío. 

[13] Para acabar, por un lado, con cualquier posibilidad de subjetividad inconexa a la sociedad y, por otro lado, con cualquier intento de transformar al ser humano en mero átomo desprovisto de libertad y responsabilidad. Sin desmerecer, por cierto el inmenso aporte de lo que es la Otredad, desde el pensamiento filosófico contemporáneo judío (Buber, Levinas…) 


[14] Si bien la sección citada alude específicamente a las relaciones con el mundo y la religiosidad musulmanes, se trata de un mensaje que, sin duda, puede ampliarse a toda cultura, religión y sociedad en general.

   

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