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Eslogan

          Cada uno de nosotros entendemos qué es un slogan. Insertos en una sociedad donde el consumo asume el carácter de principio moral, la incitación a la compra de determinados productos y servicios implica siempre un elemento de convencimiento de quien va a adquirir algo. En eso la publicidad ha dado cátedra por décadas, transformando diversos elementos simbólicos, como el lenguaje, como herramientas para producir el deseo de adquirir lo que se propone.                 

          En ese contexto es donde aparece el eslogan. Este concepto[1] proviene del inglés slogan, que a su vez tiene orígenes celtas que aclararemos después. Alude a cierta expresión que sirve como motivo, palabras que distinguen e identifican a algo. Desde frases elaboradas a sólo un par de términos, un eslogan quiere realizar un golpe de presencia, quiere impactar, conmocionar para que, al escuchar, produzca las emociones que puedan, finalmente, decantar en una elección.                 

          Eso parece casi obvio, estamos bombardeados de publicidad y es algo que está inserto en la vida diaria. Vamos tarareando, de vez en cuando, alguna melodía aprendida de algún producto, servicio, con el lema de quien desea hacer de algo suntuario una necesidad. El eslogan es para atraer de manera subconsciente, sin apego a la libertad, en cierto modo.

          Comento esto, porque este mismo fenómeno ocurre en la Iglesia. A pesar del llamado a hacer de ella un espacio abierto, en donde se tiendan puentes para cruzar en libertad y plenitud humana, el mundo eclesial tiende a resistir y volverse una fortaleza impenetrable. O casi, pues lo que busca es llenar sus aposentos de fieles militantes de la causa Christi Imperatoris Mundi, a quienes hay que convencer y alienar.                 

          Es por ello que, entre todos los recursos de conquista, está el de los eslóganes. Aunque se palpa algo más profundo y triste: muchas de esas frases que se transforman en merchandising no tenían ese propósito inicial.                 

          Tomemos un ejemplo: «A armar lío». Estas palabras son el deseo sincero y frontal de Francisco para una comunidad que se ha vuelta cómoda y despreocupada de lo que pasa afuera, en las diversas problemáticas sociales en las que la voz de Jesús de Nazaret es necesaria. Implica una verdadera conversión de las y los miembros de la Iglesia de Jesús hacia un modo de ser más configurado al ser jesuánico. Eso debe ser el sello mesiánico/cristiano.                 

          No obstante, el poder movilizador de esas palabras está siendo deformado. Se transformó en una bella frase para adornar las mismas actividades, los mismos encuentros, con las mismas dinámicas de siempre. Una constante con sus resultados estériles, sobre todo en lo cualitativo. Es la misma palabrería hecha discurso conquistador, que no quiere volcarse a un ser-Iglesia más auténtico a la Buena Nueva. Es el querer permanecer en lo «tradicional», la costumbre, la sana (?) doctrina… Hermosas palabras para ubicar en un lienzo, encabezando el autocomplaciente encuentro de cada año, semestre, mes…                 

          El tema de la esloganización de palabras que deben tener un correlato práctico es una práctica que se ha hecho bastante intensa en estos años, aunque no sea un fenómeno nuevo. Basta recordar conceptos como «Nueva Evangelización», «Misión Continental», «Discípulos Misioneros» y otras frases y oraciones impactantes. En clave publicitaria, claro.                 

          ¿Cómo se explica esto? ¿Será el racionalismo extremo que, entre muchas cosas, permite separar lo pensable de lo vivible (en palabras de Descartes, la res cogitans y la res extensa)? No podemos echar las culpas a René Descartes o a Kant de ello, pues, al parecer, se trata de una modalidad de pensamiento que se manifiesta desde la edad media y la relación entre fe y razón. Porque está claro lo siguiente: este diálogo margina otras modalidades de pensamiento que, a la postre, facilitan la doctrina del cura Gatica. Es decir: el ejercicio intelectual se vuelve un espacio único de afirmación de la fe, más que cualquier vivencia de la vida humana de manera integral. Es el reino de la razón y no del corazón el que facilita estas distorsiones.                 

          Es difícil hacer vida las palabras, frases, oraciones o declaraciones dentro de la Iglesia. Se vuelven palabras que son posibles de manipular al arbitrio de quienes administran la comunidad, sin encaminar hacia la conversión plena del ser humano integral. Sólo basta el asentimiento mental y, por qué no decirlo, un cierto autoengaño, para acomodarse y no sentirse interpelado. Insisto: la razón sobre la co-razón, la razón cordial, los derechos del corazón (Boff).                 

          La carga de contenido y vida que las palabras del Evangelio poseen terminan diluyéndose en lo que Byung-Chul Han llama el «wow» de lo soso, de lo que es terso, lo que no produce la reflexión, la hermenéutica, la herida del encuentro del otra/o. Es, simplemente, una palabra suave, como una felpa, incapaz de hondura, de profundidad, de con-mover.                 

          Pero, quizá sí se transformen estas palabras en herida, pero no en la clave del Han. Serían verdaderas llagas, saetas que destruyen, que inmovilizan la conciencia y, en ocasiones, el cuerpo. Y no sería extraño: slogan tiene orígenes en dos palabras celtas, «slaugh» (guerra) y «gheun» (grito); es decir, un eslogan puede traducirse perfectamente como «grito de guerra». Y, al parecer, también ha tenido esta función en el ámbito cristiano.                 

          Las palabras esperanzadas del Evangelio y de quienes lo encarnan radicalmente pueden transformarse en gritos de batalla. Pero la experiencia que ya relaté hace más bien explicar ese grito de guerra en clave de conquista, de destrucción de la forma de concebir la realidad de un otra/o. en pocas palabras: no sólo se usan los eslóganes para promocionar y convencer acerca de una idea (el cristianismo como verdad absoluta, en desmedro de las experiencias espirituales de otros pueblos), sino que, además, puede pasar a ser el arma y el acicate con que tantas y tantos supuestos seguidores de Jesús han justificado imposiciones violentas de la versión cultural occidental latina del cristianismo (la cristiandad).                 

          Es por ello que el eslogan no es sólo molesto y vaporizador del carácter movilizador y subversivo del mensaje de Jesús, sino que es peligroso, pues puede ser utilizado por ciertos grupos para fines más bien ligados a la conquista, la colonización, la imposición a toda costa, sin importar las consecuencias que tal actitud plétora de «verdaderismo» posee. El slogan es la bandera de todo talibanismo religioso, en este caso cristiano. 

          Urge cuidar el mensaje de Jesús y sus profetas. Y cuidarlo significa encarnarlo, hacerlo vida, que adopte el modo jesuánico (Jesús, Palabra encarnada de Dios Padre/Madre). Que no pierda su sustancia, su capacidad de mover el corazón/leb, de impulsar la caminada con los pueblos crucificados. Cuando las palabras proféticas surgen del corazón de hombres y mujeres llenos del Espíritu, no es para iluminar a los publicistas de la Iglesia para el mote del próximo cartel de alguna peregrinación repetitiva y estéril. Son palabras que deben cobrar vida, que deben ser sangre en las venas, músculos en acción y cerebros pensantes, unidos por un corazón que es más que un músculo contráctil.                 

          Si va a usar las preclaras palabras y mensajes de nuestras maestras y maestros en el Evangelio; si va a usar las mismísimas palabras de Jesús, El Cristo de YHWH para el próximo folleto anunciante de alguna actividad o acción más bien acomodaticia del mensaje liberador del Nazareno, mejor piénselo. O páselo por el corazón, lugar de la razón cordial tan necesaria este mundo. No olvide que muchas y muchos ven en estos encuentros quizá el necesario momento de encuentro radical con el Misterio, en donde la vida se encuentre con el que le dará pleno sentido. No sería muy agradable que, en vez del ensanchamiento del horizonte, se encuentre con una fortaleza a la cual se exige ingresar. Si el Evangelio tiene carga de esperanza, las palabras de mismo y de sus discípulas y discípulos más cercanos deben hacerse vida, vida abundante en horizonte y lugar de fraternidad; es decir, ser Palabra viva y no sólo parafernalia.


   

[1]              Cf. http://etimologias.dechile.net/?eslogan (Revisado el 10/08/2021)


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