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AMOR TOTALMENTE AMOR

Un mandamiento nuevo. Algo nuevo concita la atención y la conmoción de quienes escuchan esa potente frase. No hay desperdicio, escuchar hace bien y puede significar algo importante.

Un mandamiento nuevo: "Que se amen los unos a los otros; que como yo los he amado, así se amen también entre ustedes” (Jn 13, 34bcd). Ése es el regalo, una exigencia, un mandato. Es la primicia más fuerte y llena de sinceridad. Es un mandamiento que no es raro, pues es resumen de toda la Ley y los Profetas. Pero hay algo, claramente, nuevo.

La glorificación, anunciada después del “ahora” de Jn 13, 31, es el momento de la entrega, que ya inicia. La pasión ya está en proceso, pues Judas ya fue a por su cometido. La gloria de Jesús, en el evangelio joánico, es precisamente la cruz, donde será elevado, a la manera de la serpiente de bronce de Moisés, para la salvación del pueblo. Es el punto de consumación, y el punto del amor más grande, no en clave de tortura, sino en gloria, gloria que implica la derrota de la muerte y del mal en el mundo.

Y es esta entrega la que pone Jesús como modelo de amor, de entrega sin parangón unos con otros. En griego allelous, que es traducido como el anteriormente mencionado “unos a otros”, es un pronombre recíproco que, en el fondo, deja claro que no puede haber amor si éste no es correspondido, si no es un movimiento de un uno-otro a otro uno-otro; no hay valor en la palabra “amor” si ésta no toma como base semántica el modo de ser de Jesús Nazareno; es decir, si no adquiere el lenguaje de la entrega por el otro, por cada ser humano, sobre todo el que es doliente, el que la pasa mal. “El ser con los demás y para los demás pertenece al núcleo mismo de la existencia humana […]. Su existencia personal está siempre orientada hacia los demás, en comunión con los demás[1], existencia que asume Dios en Jesús de Nazaret, y que se expresa y expresará siempre en la dimensión y vivencia del amor. Es la única manera de poder presentarse al mundo como auténticos discípulos de aquel que nos amó primero (cf. 1 Jn 4, 9). Es el único conocimiento que los demás van a tener de los seguidores de Cristo, un conocer que no partirá de la lectura de algún programa. La tarjeta de presentación de todos los auténticos seguidores del Maestro es el trato amoroso, hecho palabras y acciones. Es el amor, y nada más. Lo demás es accesorio que puede o no ser útil al centro de la vida teológica y pastoral. Sin Dios-de-Jesús-Amor-para-los-demás no hay fe cristiana. Así de sencillo.

A pesar de estar insertos en el tiempo de gozo pascual, es menester siempre entender lo que ocurrió antes, la pasión, no como una tortura dolorosa, necesaria para un YHWH iracundo que necesita ser aplacado de su rabia por los “condoros” de toda la humanidad y de su pueblo, Israel. La Pasión de Jesús es fruto de puro amor de Dios, ¡del mismísimo Dios!, pues no olvidemos la dimensión trinitaria del mismo. Jesús es Dios hecho hombre, por ende es Dios quien está en la cruz, manifestando su poder y su amor en la más genuina impotencia y dolor, hecho ausencia ante la locura del mal, respondida con locura de amor (J. Moltmann). En ese misterio profundo de amor, es Dios quien, a su vez, levanta a su hijo, primicia de la humanidad nueva, y lo pone a su derecha, después del camino de kénosis realizado (muy profundo es el himno de Fil 2 para entender lo anterior).

La resurrección es prueba clara de que el sufrimiento de Dios en la cruz es signo necesario de su revelación como Dios, de que ese amor profusamente erótico (de Eros, amor apasionado, loco, desbordante y visceral) es más fuerte que la muerte y el pecado personal y social, y que ninguna fuerza podrá destruirlo. Al contrario, el amor es posible, dentro de nuestras propias limitaciones, dentro de la comunidad cristiana y fuera de ella. Es condición de profunda humanidad, a la cual nos invita el Evangelio, en especial el evangelio de este V domingo de Pascua. En palabras de Francisco, “[c]omo decía san Ignacio de Loyola, «el amor se debe poner más en las obras que en las palabras». Así puede mostrar toda su fecundidad, y nos permite experimentar la felicidad de dar, la nobleza y la grandeza de donarse sobreabundantemente, sin medir, sin reclamar pagos, por el solo gusto de dar y de servir[2].

Termino diciendo, con el filósofo Enrique Dussel, que “sólo es temible el hombre que no teme a la muerte. Es libre ante la muerte el que antes es libre ante el confort que atrapa con sus dulces brazos al ser humano burgués de la sociedad de consumo[3]. Un hombre y mujer así sólo existe porque el amor es más fuerte que toda realidad inmanente, porque sólo el amor libera cualquier cadena, porque sólo el amor nos impele a caminar y a luchar con amor de Nazareno por un mundo de gratuidad, de esperanza activa, de amor a raudales. Sólo el que ama así puede llevar la semilla del Reino de dios a los demás. Tal cual habla el poeta Óscar Hahn en Elevación de la amada

El amor rompe leyes,

nada contra corrientes y sus ojos escuchan.

De rebeliones y quebrantos está hecho el amor.

 


[1] Gevaert, J., El Problema de Hombre. Introducción a la Antropología Filosófica, Sígueme, Salamanca 1993, p 46.

[2]  AL 94.

[3]  Dussel, E., Filosofía de la Liberación, FCE, México 2011, p 113.

   

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